Seguidores

martes, 1 de julio de 2008

Amanece en Sotosalbos



Desde las 6:00 de la mañana ya clareaba, pero hice tiempo hasta las 7:00 para ir en busca de los primeros rayos de sol sobre Sotosalbos (Segovia). “¿Y por dónde salgo, si no conozco nada?”, me pregunté después de abrir y cerrar con llave la puerta del hostal. “Uy, por ahí amanece”, así que, recordando la canción de Estopa, desde el Polideportivo a la entrada del pueblo tomé una pista bien marcada que iba en dirección de un amanecer muy prometedor.
Al minuto de carrera se presentó la primera foto: el saludo del sol. ¡Por fin corriendo al amanecer, qué ganas tenía! Todo el año deseando una carrera al amanecer y me la brinda la magia de un lugar al que con razón quería llegar el Arcipreste
Sigo la pista hasta que me lleva a cruzar la carretera en Collado Hermoso (curiosa semejanza con el nombre de uno de los lugares más hermosos de los Picos de Europa, Collado Jermoso). A lo largo de esta pista he ido encontrando cartelitos que anuncian la “Cañada Real Soriana”, así que rememoro ahora la canción de Gabinete Caligari que ayer el día anterior habíamos cantado en el coche, porque desde Segovia a Sotosalbos hay que ir precisamente “camino Soria”.
Sigo la pista, pasando por delante del restaurante donde habíamos cenado la noche anterior, (La Matita) y tomo el primer desvío a la derecha. Todas las decisiones son, claro está “sobre la marcha”, según me va indicando el “instinto atlético” este que husmea y va abriéndose caminos para “seguir corriendo”.
Me doy cuenta de que por ahí está el pueblo y enseguida aparece una torre bajo una apacible cigüeña, primer ser vivo despierto que me encuentro en el camino. Había oído, eso sí, las gallinas al salir del hostal, pero sonaban más bien como un saludo lejano. Oigo a continuación unos cencerros que creo son de oveja. Los busco intentando seguir su “rastro auditivo”. Los carteles de la cañada real aquí ya no están, se ve que me he desviado. De todos modos, resultaron ser vacas, así que dejo de buscar antes de encontrármelas cerca, que las vacas sólo me gustan en la distancia (bueno, y si acaso en el plato, pobres).
Así que continúo el camino por una prometedora pista entre pinos en ligero ascenso y disfrutando de un olor agridulce que me recuerda al limón. Sería la mezcla del bosque de pinos y las escobas amarillas.
Siempre hacia arriba, cruzando “pasos canadienses” de esos que si no andas con cuidado metes el pie entre los barrotes esos y ahí te quedas… como para que cruce el ganado. En la subida hay un tentador caminito de tierra a mano izquierda, que se asciende entre una vegetación hacia el arroyo. Lo tomo, vamos a ver qué hay… Y termina en una cascada estilo “pirenaica”, pero sin paso razonable, así que media vuelta y de nuevo a la pista. De todos modos, valió la pena el intento. Pista arriba, enseguida aparece otro paso canadiense, esta vez cerrado al paso de vehículos, pero como hay una portilla de estas giratorias para permitir el paso de personas, por ahí me meto. El cierto “miedo” que tenía hasta este momento desaparece a favor de una admiración creciente del paisaje, que se va abriendo en un espectacular bosque de pinos, inmenso, gigante, perfecto en sus copas, que parecen haber sido taladas. Es un placer ir corriendo por aquí, apenas son las 7:30 de la mañana, el frescor es maravilloso, y la sensación de libertad y plenitud me llenan. “Qué bien hice en traer las zapatillas”, pienso. Lo que me trajo por allí en realidad, había sido la boda de mi amigo Pablo el día anterior, “Gracias, Pablo, elegiste un buen sitio para casarte, digno de un montañero de tu talla”.

Sólo pienso en subir, en entrar en el abrazo del bosque de pinos que hay “allá arriba”. La pista cruza el Arroyo Viejo, y desde la toma de agua se ve el nacimiento, allá arriba. Una última curva, una última subida, y Segovia allá abajo, a 20 kms. pero casi en la mano…
Veo que ya llevo cerca de media hora, 5,5 kms. a unos 8.38 kms./h. (jajaja, yo creo que es el récord de lentitud, 93 fotos requieren su tiempo), así que decido dar la vuelta, parando el crono en 1h06´08´´. El podómetro marca 9.40 kms., a 8.53 kms./h. 12.183 pasos felices por tierras del Arcipreste y su Buen Amor.
Lo más difícil de todo, la superación del rebaño de vacas que apareció en Collado Hermoso a la bajada. Es que llenaban el camino, y no tenía otra opción. De repente, me paro, las miro y pienso, “Bueno, ahora sí, o ellas o yo”. Así que saqué pecho, y entre la cámara de fotos, los gritos a la voz de “quita, vaca”, en la voz más pueblerina que se me ocurría poner, levantando manos y trotando… ¡funcionó!. Cuando las vi espantarse y girarse corriendo, sí, sí, literalmente, corriendo, uf, ¡qué alivio!. Ya hasta me daba la risa, porque es que miraban con una cara de espanto, las pobres… y ¡salían corriendo! “Hala, hala, corred, corred, que os vendrá bien”, pensaba mientras huía yo también de ellas. (Es que lo mío con las vacas no es normal, a ver si después de esto supero la manía que las tengo, jobar, es que esos cuernos, esa mirada, que no se sabe lo que se les va a ocurrir hacer…ays, qué mal).
Estiramientos junto al Polideportivo, hacia las 8 de la mañana, todo un lujo con el cantar de los pájaros en este hermoso pueblo de piedra dormido aún. En el hostal ni rastro de nadie. En la habitación, lo encuentro todo como si no hubiera pasado nada: Donato y Julieta durmiendo plácidamente, ajenos al micromundo del que acabo de volver. Hasta dos horas más tarde, ducha, desayuno, media crónica, paseo por el pueblo, no empezaría su día… “¡Ostras, Pedrín! ¡Si hoy es tu santo! Te habría gustado el entreno de hoy…”.
Pero pronto volveré por estos lares, pues tenemos planeada una ruta montañera que si la hacemos no caerá en el olvido…
¡Saludos!